Un año y medio antes, un par de días después de la muerte de Sandra, en la Fortaleza.
Jairo se retuerce las
manos con nerviosismo, mientras espera a que le dejen pasar. Se siente
inseguro. Y si hay algo que odia Jairo, es sentirse inseguro.
- Entra. – Lola le abre
la pesada puerta de madera y se hace a un lado para dejarle paso.
Jairo irrumpe en el
despacho sin mirar siquiera a la mujer, pero se serena en cuanto cruza el
umbral. La puerta se ha cerrado tras él provocando un ruido sordo.
No importa cuántas
veces entre en esa estancia de aspecto señorial y revestida por completo con
láminas de roble; siempre le sorprende. Es totalmente opuesta a la blancura impoluta
y a las líneas modernas del resto de la fortaleza.
Samuel está sentado
tras su imponente escritorio de madera maciza. Por primera vez, Jairo no se lo
encuentra de espaldas. Todas y cada una de las veces que se había reunido con
él esa habitación lo había encontrado mirando a la librería que quedaba tras
él. El chico se preguntaba si es que Samuel estaba cómodo recibiendo a sus
visitas de esa forma, o es que simplemente le gustaba girarse lentamente subido
en aquél sillón negro, para encarar a quien osara aventurarse por aquellos
lares, como si de la escena de alguna película se tratara.
Pero no, aquella noche Samuel
lo recibía de frente, como si llevara tiempo esperándolo. Tenía la expresión
turbada, y parecía haber envejecido de pronto veinte años. Pero eso era
imposible. Aunque aquel hombre contara ya con cinco siglos, siempre aparentaría
rondar los sesenta.
- Llegas tarde, Jairo.
El chico da un paso al
frente y se detiene a escasos centímetros del escritorio.
- Verás Samuel… ha
pasado algo.
- No hace falta que me
lo expliques. Lo se.
Jairo se estremece por
la rapidez con la que el viejo lo ha notado, y la duda que lo atemoriza desde
hace un par de días vuelve a formularse en su cabeza.
- Que yo pueda sentirlo
no significa que los demás vayan a hacerlo.
El joven respira más
tranquilo, pero se siente mal, muy mal, peor que nunca. Es la primera vez que
falla un encomiendo, la primera vez que defrauda a Samuel.
- Has cruzado el límite
Jairo. – Las arrugas se profundizan en la frente del hombre.
- Lo sé.
- ¿Y por qué lo has
hecho?
Jairo guarda silencio.
No sabe por qué lo ha hecho.
- ¿Acaso conocías
anteriormente a la chica?
Niega con la cabeza.
- No, no la había visto
nunca. Ni en mi vida como mortal, ni como inmortal.
- ¿Y crees que ha
merecido la pena cruzar ese límite?
- No lo sé. – Responde
el joven con sinceridad.
Samuel sí conoce la
respuesta. No merecía la pena. Y lo siente en lo más profundo de su alma,
aunque no es momento de reprochárselo.
- ¿Dónde está ahora?
- Está aquí, en una
cámara de seguridad.
Vuelven a permanecer en
silencio, cada uno inmerso en sus propios pensamientos. Sólo que Samuel también
se da un paseo de vez en cuando por los de su joven pupilo.
El viejo lo mira y le
dedica una triste sonrisa.
- Ahora todo ha
cambiado.
- Lo se. – Jairo
levanta la cabeza, dispuesto a afrontar su destino. - ¿Debo marcharme?
- No. Al menos por el
momento.
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